here is a certain type of commentator – generally with an inexplicable book deal – who delights in telling the British just how much better things are on the Continent. WS Gilbert described them as “the idiot who praises in enthusiastic tone, all centuries but this and every country but his own”. Though around for centuries, they’ve been particularly active since 2016, keen to portray the European landmass as an enlightened haven of liberal values compared to “rainy Brexit island”. One such person, writing in the FT shortly before the shocking upset of the Dutch election, confidently predicted it would go the other way. “The Dutch don’t do wild political leaps. Not like certain countries I could mention”. (Ho ho – Brexiteers, this means you). He insists that “Far-right parties are on the margins of the Dutch picture”. The article notably mentions neither Geert Wilders, nor the concerns about radical Islam that helped propel him to victory. Of course, all columnists get it catastrophically wrong on occasion (I know I have). Assessing the precise electoral impact of the October 7th massacre and its reverberations in Europe is tricky; but a visceral reminder of political Islamism’s threat to liberal values can only have focused Dutch minds and votes. Nevertheless, such myopia seems a feature not a bug of the liberal worldview. Not only is a rightwards shift gathering pace across Europe, the failure of establishment parties, institutions and state bodies to confront the strength of feeling on immigration and its genuine impact on the social order – means that there are surely many more Wilderses to come. Our own national myopia is uniquely strengthened by a first-past-the-post system which suppresses extremes, but at the cost of insulating politics from public sentiment. In practice, voting means choosing between two parties which can’t, or won’t, reduce migration – though at every turn voters have expressed an overwhelming desire to do so. Even shock protest votes like the rise of Ukip or the Brexit Party, both inherently related to concern about mass migration, could often be ignored given their lack of direct impact at Westminster. Even now, despite a growing backlash from Tory backbenchers, there’s still no sign that No10 “gets it”. An official this week spoke of finding a “balance” between controlling migration, while protecting the economy and “Britain’s international reputation.” The Cabinet hanker for glitzy, high status policy – international AI summits for instance – but fundamentally their reputation lives and dies on whether they are actually capable of giving voters what they voted for.

Aquí hay un cierto tipo de comentarista –generalmente con un contrato de libro inexplicable– que se deleita en decirles a los británicos cuánto mejor están las cosas en el continente. WS Gilbert los describió como “el idiota que elogia en tono entusiasta todos los siglos menos este y todos los países menos el suyo”. Aunque existen desde hace siglos, han estado particularmente activos desde 2016, deseosos de retratar la masa continental europea como un refugio ilustrado de valores liberales en comparación con la “isla lluviosa del Brexit”. Una de esas personas, que escribió en el Financial Times poco antes del impactante revés de las elecciones holandesas, predijo con seguridad que las cosas irían en sentido contrario. “Los holandeses no dan grandes saltos políticos. No como ciertos países que podría mencionar”. (Ho ho, partidarios del Brexit, esto se refiere a ustedes). Insiste en que “los partidos de extrema derecha están al margen del panorama holandés”. En particular, el artículo no menciona a Geert Wilders ni las preocupaciones sobre el Islam radical que ayudaron a impulsarlo a la victoria. Por supuesto, todos los columnistas se equivocan catastróficamente en ocasiones (lo sé). Evaluar el impacto electoral preciso de la masacre del 7 de octubre y sus repercusiones en Europa es complicado; pero un recordatorio visceral de la amenaza del islamismo político a los valores liberales sólo puede haber concentrado las mentes y los votos holandeses. Sin embargo, esa miopía parece una característica, no un error, de la visión liberal del mundo.No sólo se está acelerando un giro hacia la derecha en toda Europa, sino que el fracaso de los partidos, las instituciones y los organismos estatales del establishment a la hora de afrontar la fuerza del sentimiento sobre la inmigración y su impacto genuino en el orden social significa que seguramente habrá muchos más Wilders por venir. Nuestra propia miopía nacional se ve reforzada de manera singular por un sistema de mayoría absoluta que suprime los extremos, pero a costa de aislar la política del sentimiento público. En la práctica, votar significa elegir entre dos partidos que no pueden o no quieren reducir la migración, aunque en todo momento los votantes han expresado un deseo abrumador de hacerlo. Incluso los votos de protesta impactantes, como el ascenso del UKIP o del Partido Brexit, ambos intrínsecamente relacionados con la preocupación por la migración masiva, a menudo podrían ignorarse dada su falta de impacto directo en Westminster. Incluso ahora, a pesar de la creciente reacción de los parlamentarios conservadores, todavía no hay señales de que el número 10 “lo entienda”. Un funcionario habló esta semana de encontrar un “equilibrio” entre controlar la migración y al mismo tiempo proteger la economía y “la reputación internacional de Gran Bretaña”. El Gabinete anhela políticas ostentosas y de alto estatus (cumbres internacionales de IA, por ejemplo), pero fundamentalmente su reputación vive y muere dependiendo de si son realmente capaces de dar a los votantes aquello por lo que votaron.