It is true that Manchester City Football Club is majority Abu Dhabi owned. Yet there is little equivalence between ownership of a football club and ownership of a key national newspaper. The former does not directly shape the political debate; the latter has profound influence via news stories, campaigns and commentary. It is possible to support one while debating the merits of the other. The proposed deal also raises philosophical and practical questions about what owning an asset actually means. RedBird IMI is promising to guarantee editorial independence. Is it possible for an owner to have no editorial influence at all, direct or indirect? Is it possible to design a workable legal structure with such an aim in mind that stands the test of time and commercial ups and downs? If so, why would any buyer be interested, given that other kinds of assets are less risky and could generate a higher rate of return than a media industry still in the midst of a painful transition from print to digital? There is another, related question: in an era of corrosive scepticism, of fake news and of the rise of demagogic social media such as TikTok, would readers accept any such guarantees and continue to trust the journalism they consumed? These are also questions to be discussed. One principle must remain sacrosanct: any deal to buy the Telegraph must maintain Britain’s robust tradition of free speech.

Es cierto que el Manchester City Football Club es propiedad mayoritaria de Abu Dhabi. Sin embargo, existe poca equivalencia entre la propiedad de un club de fútbol y la propiedad de un periódico nacional clave. El primero no influye directamente en el debate político; este último tiene una profunda influencia a través de noticias, campañas y comentarios. Es posible apoyar a uno mientras se debaten los méritos del otro. El acuerdo propuesto también plantea cuestiones filosóficas y prácticas sobre lo que realmente significa poseer un activo. RedBird IMI promete garantizar la independencia editorial. ¿Es posible que un propietario no tenga ninguna influencia editorial, directa o indirecta? ¿Es posible diseñar una estructura legal viable con tal objetivo en mente que resista la prueba del tiempo y los altibajos comerciales? Si es así, ¿por qué estaría interesado un comprador, dado que otros tipos de activos son menos riesgosos y podrían generar una tasa de retorno más alta que una industria de medios todavía en medio de una dolorosa transición de lo impreso a lo digital? Hay otra pregunta relacionada: en una era de escepticismo corrosivo, de noticias falsas y del auge de redes sociales demagógicas como TikTok, ¿aceptarían los lectores tales garantías y seguirían confiando en el periodismo que consumían? Éstas también son cuestiones que deben debatirse. Un principio debe seguir siendo sacrosanto: cualquier acuerdo para comprar el Telegraph debe mantener la sólida tradición británica de libertad de expresión.