And anyway, that central charge of archaic, sexist exclusion is nonsense. First because of the idea that there is something wrong with men wanting to be in the company of other men. It is possible to be a decent male member of society – who champions equal opportunities in the workplace, changes nappies, generally strives to be a domestic god and is (joyfully) surrounded by women and small children at home – and, at the same time, enjoy a lunch with the boys. In the same way that others might want to hang out at the golf club, or in the snooker room. Or similarly how members of the LGBTQ+ community might wish to hang out in a club or bar or pub with their folk, or players in an all-female hockey team might wish to spend an evening with each other sipping champagne in a hot tub. Humans are tribal, gravitating towards those whom they look, act, feel and sound like. But that is not incongruous with supporting positive discrimination in society, promoting the visualisation of minorities in fashion or policing or politics. For the values that represent you formally are not necessarily jettisoned when you’re having fun. Which is what clubs are for. The all-male gents’ club mantra is fun. It is there for relaxation and enjoyment in pleasant surroundings, which suits members who like to grab hold of a dash of old-fashioned formality by adhering to the rule of the necessity to don a jacket and a collared shirt. And for those who don’t wear such attire in their day-to-day life, as most clubs have changing rooms, they can slip in on their bike, go through the back door, bung on a suit in the basement and emerge like a fruity toff ready for some chat and roast beef. An hour or two later and they’re once again fit for the matriarchy and nappy-changing. And don’t fret that these institutions are somehow secret cabals pulling the strings of world events. If there’s one rule at these clubs, it’s no business. That means no handing over of papers, no signing of documents, no tapping at the laptop, no convening of colleagues, no entertaining of clients and no chatting on the mobile, and any prospective member suspected of wishing to use the club to further their career or business is swiftly removed from the books. At another club I know well, one mainly for artists, a more casual affair, the no-mobile-phone policy is policed officiously by the staff. And how wonderfully rare and refreshing and right that is. You can’t even show a friend a photo. No, you have to summon up your creative powers to describe your children, your recent holiday or the painting you saw the other day. And there is one other cause that clubbers all unite around: the staff; whom they love, cherish, respect and appreciate, for they are the establishment’s backbone.

Y de todos modos, esa acusación central de exclusión arcaica y sexista es una tontería. Primero, por la idea de que hay algo malo en que los hombres quieran estar en compañía de otros hombres. Es posible ser un miembro masculino decente de la sociedad –que defiende la igualdad de oportunidades en el lugar de trabajo, cambia pañales, generalmente se esfuerza por ser un dios doméstico y está (alegremente) rodeado de mujeres y niños pequeños en casa– y, al mismo tiempo, , disfruta de un almuerzo con los chicos. De la misma manera que otros podrían querer pasar el rato en el club de golf o en la sala de billar. O de manera similar, cómo los miembros de la comunidad LGBTQ+ podrían desear pasar el rato en un club, bar o pub con su gente, o las jugadoras de un equipo de hockey exclusivamente femenino podrían desear pasar una noche juntas bebiendo champán en un jacuzzi. Los humanos son tribales y gravitan hacia aquellos a quienes se parecen, actúan, sienten y suenan. Pero eso no es incongruente con apoyar la discriminación positiva en la sociedad, promover la visualización de las minorías en la moda, la policía o la política. Porque los valores que te representan formalmente no necesariamente se desechan cuando te diviertes. Para eso están los clubes. El mantra del club de caballeros exclusivamente masculino es divertido. Está ahí para relajarse y disfrutar en un entorno agradable, lo que conviene a los socios a los que les gusta recuperar un toque de formalidad pasada de moda, respetando la regla de la necesidad de llevar chaqueta y camisa con cuello.Y para aquellos que no usan esa vestimenta en su vida diaria, como la mayoría de los clubes tienen vestuarios, pueden entrar en bicicleta, cruzar la puerta trasera, ponerse un traje en el sótano y salir como un tipo afrutado listo para charlar y rosbif. Una o dos horas más tarde, vuelven a estar en condiciones de adaptarse al matriarcado y al cambio de pañales. Y no se preocupen porque estas instituciones sean de algún modo camarillas secretas que mueven los hilos de los acontecimientos mundiales. Si hay una regla en estos clubes es que no es negocio. Esto significa no entregar papeles, ni firmar documentos, ni tocar el ordenador portátil, ni reunir a colegas, ni entretener a los clientes, ni chatear por el móvil, ni ningún posible socio sospechoso de querer utilizar el club para avanzar en su carrera. o negocio es rápidamente eliminado de los libros. En otro club que conozco bien, uno principalmente para artistas, un evento más informal, el personal vigila oficialmente la política de no usar teléfonos móviles. Y qué maravillosamente raro, refrescante y correcto es eso. Ni siquiera puedes mostrarle una foto a un amigo. No, tienes que hacer acopio de tus poderes creativos para describir a tus hijos, tus recientes vacaciones o el cuadro que viste el otro día. Y hay otra causa por la que todos los clubbers se unen: el personal; a quienes aman, aprecian, respetan y aprecian, porque son la columna vertebral del establecimiento.