Teachers who have allowed (or even encouraged) children to socially transition should lose their jobs – especially when they have also failed to inform parents that their child is presenting as the opposite sex. These young people will be irreversibly harmed by trusted adults feeding them the fiction that they can change sex. Trans charities should be stripped of all public funding, as should any other organisation pushing the fiction that puberty blockers are harmless. Therapists claiming children denied access to puberty blockers or cross-sex hormones are at risk of suicide should have the sword of Damocles over their heads. Their professional body should remove their licences. Any doctor administering those drugs to children (NHS or private) should be struck off. This is not about vengeance. It is the only way to protect children, because some of these gender ideologues follow the mantra as though it is a fundamentalist religion. They see themselves as do-gooder freedom fighters. They will not countenance dissent, or ever believe that their actions are morally wrong. We need to stop using benign terminology, such as “gender affirmation” and call it what it is. Children cannot change sex. We need to go back to the early principles of feminism, which held that children should be able to play with whatever toys they wish without being labelled as “gender nonconforming”. Parents who transition their own children should be investigated by police, and social services need to be retrained out of the ideology, enabling them to do a better job of protecting children from parents that do this. At the same time, we must ensure that parents who don’t subscribe to the gender dogma are not smeared as transphobic and deliberately isolated from their children. If this all sounds harsh, so it should. In all other areas there are, rightly, serious penalties for harming children. Across British society, many others have been complicit in the trans conspiracy against our young. Some have used their fame to peddle this dangerous ideology. They ought to apologise, admit their wrongdoing, and help set us back on a path to reason.

Los maestros que han permitido (o incluso alentado) a los niños a realizar una transición social deberían perder sus trabajos, especialmente cuando tampoco han informado a los padres de que su hijo se presenta como del sexo opuesto. Estos jóvenes se verán perjudicados irreversiblemente si adultos de confianza les alimenten con la ficción de que pueden cambiar de sexo. Las organizaciones benéficas trans deberían ser despojadas de toda financiación pública, al igual que cualquier otra organización que impulse la ficción de que los bloqueadores de la pubertad son inofensivos. Los terapeutas que afirman que los niños a los que se les niega el acceso a bloqueadores de la pubertad o a hormonas cruzadas corren riesgo de suicidio deberían tener la espada de Damocles sobre sus cabezas. Su colegio profesional debería retirarles las licencias. Cualquier médico que administre esos medicamentos a niños (NHS o privado) debería ser eliminado. No se trata de venganza. Es la única manera de proteger a los niños, porque algunos de estos ideólogos de género siguen el mantra como si fuera una religión fundamentalista. Se ven a sí mismos como luchadores por la libertad bienhechores. No tolerarán la disidencia ni creerán jamás que sus acciones son moralmente incorrectas. Necesitamos dejar de utilizar terminología benigna, como “afirmación de género” y llamarla como es. Los niños no pueden cambiar de sexo. Necesitamos volver a los primeros principios del feminismo, que sostenían que los niños deberían poder jugar con cualquier juguete que quisieran sin ser etiquetados como "no conformes con el género".Los padres que hacen la transición de sus propios hijos deberían ser investigados por la policía, y los servicios sociales deben ser reentrenados fuera de la ideología, permitiéndoles hacer un mejor trabajo a la hora de proteger a los niños de los padres que hacen esto. Al mismo tiempo, debemos garantizar que los padres que no suscriben el dogma de género no sean tildados de transfóbicos y deliberadamente aislados de sus hijos. Si todo esto suena duro, así debería ser. En todos los demás ámbitos existen, con razón, sanciones graves por dañar a los niños. En toda la sociedad británica, muchos otros han sido cómplices de la conspiración trans contra nuestros jóvenes. Algunos han utilizado su fama para vender esta peligrosa ideología. Deberían disculparse, admitir sus malas acciones y ayudarnos a regresar al camino de la razón.