Kevin Mulligan’s electric car coasted into the middle of a junction, his brakes failing to engage. He feared not only for his own life, but those of his passengers. After several frantic seconds, the system finally kicked in, bringing the car to a halt. Mercifully, no other vehicles had been around at the time. But for Mulligan it was the final straw – driving the car was no longer a risk worth taking. “It was a lucky escape,” he says. However, there had been warning signs. Ever since Mulligan acquired the £70,000 Fisker Ocean Extreme, he says it had been plagued with technical issues, from the battery draining overnight to the random opening of windows when parked. Promises of over-the-air updates – fixes sent via the cloud – failed to resolve the faults, turning what should have been a series of short-lived niggles into an ongoing nightmare. “The system would be binging and bonging, and you wouldn’t have any idea what the problem was. It would just bing and bong at you while you were driving,” says Mulligan. “Eventually I said to [Fisker], if you can’t fix the problems, you’re going to have to take the car back and I’ll reject it.”

El auto eléctrico de Kevin Mulligan se deslizó hacia el medio de un cruce y sus frenos no se accionaron. Temía no sólo por su propia vida, sino también por la de sus pasajeros. Después de varios segundos frenéticos, el sistema finalmente se activó y detuvo el auto. Afortunadamente, en ese momento no había ningún otro vehículo por el lugar. Pero para Mulligan fue la gota que colmó el vaso: conducir el coche ya no era un riesgo que valiera la pena correr. "Fue una escapada afortunada", dice. Sin embargo, hubo señales de advertencia. Desde que Mulligan adquirió el Fisker Ocean Extreme de £70,000, dice que ha estado plagado de problemas técnicos, desde que la batería se agota durante la noche hasta la apertura aleatoria de las ventanas cuando está estacionado. Las promesas de actualizaciones inalámbricas (correcciones enviadas a través de la nube) no lograron resolver las fallas, convirtiendo lo que debería haber sido una serie de problemas de corta duración en una pesadilla continua. “El sistema estaría funcionando sin parar y no tendrías idea de cuál era el problema. Simplemente te golpeaba mientras conducías”, dice Mulligan. "Al final le dije [a Fisker] que si no puedes solucionar los problemas, tendrás que devolver el coche y lo rechazaré".