It was a Sunday lunchtime around 1pm when I received a knock on the door. I was with my family and friends, preparing lunch, looking forward to a convivial afternoon of roast chicken, chilled white wine, and lots of gossip. I opened the door, and saw two uniformed police officers. At first I thought that perhaps they were investigating a spat of local burglaries or car thefts in the area, although I soon dismissed that possibility. The police are rarely proactive on those issues, as resources are so stark and ever diminishing. Which is what made it so shocking when the young, female officers told me why they were standing on my doorstep. “We are here to talk to you about a hate crime”, said one, as her colleague looked anywhere except at me. When I asked what it was about, I was told that a “transgender man” in Holland had reported me for a tweet. Yes, something I had tweeted, sometime within the past year. I was not allowed to know which tweet it was, or under which category of hate crime law it fell. I assumed of course it was so-called transphobia, and started asking about the legal jurisdiction, such as how a person based in Holland can make a complaint about someone based in the UK, and which court it would get to. I was asked if I would voluntarily go into the station the following day to make a statement. I said, “absolutely not”. Why should I do that, when I have no idea what I was being accused of? I had better things to do. One of the officers then explained that they would have to talk it over with their senior officers and come to some decision about what to do. I said they were welcome to pop round any time and let me know exactly what I was supposed to have done that was illegal. The officers left looking a little bewildered. I did have a sense that they understood what a ridiculous mission they have been sent on. I advised that they could better use their time investigating rape and domestic violence.

Era un domingo a la hora del almuerzo, alrededor de la 1 de la tarde, cuando llamaron a la puerta. Estaba con mi familia y amigos, preparando el almuerzo, esperando pasar una tarde agradable de pollo asado, vino blanco frío y muchos chismes. Abrí la puerta y vi a dos policías uniformados. Al principio pensé que tal vez estaban investigando una disputa por robos en locales o robos de automóviles en la zona, aunque pronto descarté esa posibilidad. La policía rara vez es proactiva en esas cuestiones, ya que los recursos son escasos y cada vez menores. Por eso fue tan impactante cuando las jóvenes oficiales me dijeron por qué estaban parada en mi puerta. “Estamos aquí para hablarles sobre un crimen de odio”, dijo una, mientras su colega miraba a cualquier parte excepto a mí. Cuando pregunté de qué se trataba, me dijeron que un “hombre transgénero” en Holanda me había denunciado por un tweet. Sí, algo que había tuiteado en algún momento del año pasado. No se me permitió saber qué tweet era ni en qué categoría de ley de delitos de odio entraba. Supuse, por supuesto, que se trataba de la llamada transfobia y comencé a preguntar sobre la jurisdicción legal, por ejemplo, cómo una persona con sede en Holanda puede presentar una queja sobre alguien con sede en el Reino Unido y a qué tribunal acudiría. Me preguntaron si iría voluntariamente a la comisaría al día siguiente para prestar declaración. Dije: “absolutamente no”.¿Por qué debería hacer eso cuando no tengo idea de qué me acusan? Tenía mejores cosas que hacer. Uno de los oficiales explicó entonces que tendrían que hablar del asunto con sus oficiales superiores y llegar a una decisión sobre qué hacer. Dije que podían venir en cualquier momento y decirme exactamente qué se suponía que debía haber hecho que fuera ilegal. Los agentes se marcharon un poco desconcertados. Tuve la sensación de que entendían la ridícula misión a la que les habían enviado. Les aconsejé que podrían aprovechar mejor su tiempo investigando violaciones y violencia doméstica.