In a recent online discussion about ethics, the mature student brought up the groundbreaking Cass review, which criticised gender services for children and young people and led to a UK ban on the prescribing of puberty blockers to those under 18. “I got crickets [silence],” says McKee, 44. “Either no one knew what it was, or if they did, they didn’t want to talk about it. When I spoke to one of my lecturers about this, she simply talked about the university being an inclusive environment. I thought, ‘Yes, but not inclusive to my view that sex is binary and biology is important’.” But some students are beginning to fight back. McKee, 44, is the convenor of the student branch of Academics For Academic Freedom (AFAF). It has more than 1,700 followers on social media and student membership numbers are in double figures. But it is a hard slog persuading young people to put their heads above the parapet. For McKee, campaigning for free speech is not just about being able to voice her views in seminars without meeting tumbleweed, it is about protecting students’ interests. She cites members who are studying clinical psychology who are being taught that CRT – which purports that Western structures, institutions and knowledge uphold white supremacy and are inherently racist – is “the truth” rather than a contested theory. “They are white males and being taught that they are privileged, that they can’t imagine what it is like to be a black woman, for instance. They are training to be psychologists and are supposed to help people work through their problems, but they are being told they can never understand. What are they supposed to do with that?” McKee and Tredgett are concerned that speaking out will count against them – at university and in their future careers – but both feel the fight is bigger than that. “There is a shockingly militant echo chamber within the communities of people that are supposed to be pursuing truth,” warns Tredgett. “This is not hysteria, and it is not a small number of cases. It is real and is happening all over the country.”

En una reciente discusión en línea sobre ética, la estudiante madura mencionó la innovadora revisión de Cass, que criticaba los servicios de género para niños y jóvenes y condujo a una prohibición en el Reino Unido de la prescripción de bloqueadores de la pubertad a menores de 18 años. “Tengo grillos [silencio ]”, dice McKee, de 44 años. “O nadie sabía qué era o, si lo sabían, no querían hablar de ello. Cuando hablé con uno de mis profesores sobre esto, ella simplemente habló de que la universidad es un entorno inclusivo. Pensé: 'Sí, pero no incluye mi opinión de que el sexo es binario y la biología es importante'”. Pero algunos estudiantes están empezando a contraatacar. McKee, de 44 años, es el coordinador de la rama estudiantil de Académicos por la Libertad Académica (AFAF). Tiene más de 1.700 seguidores en las redes sociales y el número de miembros estudiantiles es de dos dígitos. Pero es difícil convencer a los jóvenes de que pongan la cabeza por encima del parapeto. Para McKee, hacer campaña por la libertad de expresión no se trata sólo de poder expresar sus puntos de vista en seminarios sin encontrarse con plantas rodadoras, sino de proteger los intereses de los estudiantes. Ella cita a miembros que estudian psicología clínica a quienes se les está enseñando que la TRC –que afirma que las estructuras, instituciones y conocimientos occidentales defienden la supremacía blanca y son inherentemente racistas– es “la verdad” y no una teoría controvertida.“Son hombres blancos y se les enseña que son unos privilegiados, que no pueden imaginar lo que es ser una mujer negra, por ejemplo. Se están formando para ser psicólogos y se supone que deben ayudar a las personas a resolver sus problemas, pero les dicen que nunca podrán entenderlo. ¿Qué se supone que deben hacer con eso? A McKee y Tredgett les preocupa que hablar abiertamente les perjudique (en la universidad y en sus futuras carreras), pero ambos sienten que la lucha es más grande que eso. “Existe una cámara de resonancia sorprendentemente militante dentro de las comunidades de personas que se supone que buscan la verdad”, advierte Tredgett. “Esto no es histeria y no se trata de un número pequeño de casos. Es real y está sucediendo en todo el país”.