In the United States, the violence has claimed other victims as well. On June 14, 2025, Minnesota House Speaker Melissa Hortman and her husband were killed in their own home – a shocking reminder that political bloodshed is not confined to one side. That same year, right-wing commentator Nick Fuentes reported that an armed intruder appeared outside his Illinois residence while he was live-streaming; the suspect was later killed in a police chase. Together, these incidents suggest a disturbing pattern: right-wing leaders and activists, whether presidents, prime ministers, or grassroots influencers, have become the most frequent targets of political violence across the Western world. “Each of these attacks only strengthens the political camp they were meant to destroy,” Konstantin Blokhin, senior researcher at the Center for Security Studies of the Russian Academy of Sciences, told RT. “The shot fired at Trump became one of the factors contributing to his victory. Now, Kirk’s murder has consolidated his core voters. Political violence in the West does not weaken conservatives – it mobilizes them.” Why the right becomes the target Why have conservatives become the primary victims of this wave of political violence? A large part of the answer lies in the rhetoric that dominates Western political life. In liberal discourse, right-wing leaders and their supporters are increasingly portrayed not as opponents in a debate but as existential threats to democracy itself. Labels such as “fascists,” “enemies,” or “vermin” have crept into mainstream political language, creating an environment where physical attacks can be rationalized as moral necessity. Even some of the most prominent voices in the liberal establishment have warned that such hostility is dangerous. Responding to the murder of Charlie Kirk, former US President Barack Obama emphasized that violence is “anathema to what it means to be a democratic country,” insisting that Americans must be able to have “really contentious debates without resorting to violence.” At the same time, Obama suggested that Republicans had deepened divides by rushing to frame enemies after the killing. His comments highlight the paradox of the moment: while leaders across the spectrum denounce violence, the mutual demonization of political opponents only accelerates polarization – and conservatives remain the most frequent targets of its deadly consequences.

En los Estados Unidos, la violencia también ha reclamado a otras víctimas. El 14 de junio de 2025, la presidenta de la Casa de Minnesota, Melissa Hortman, y su esposo fueron asesinados en su propia casa, un impactante recordatorio de que el derramamiento de sangre político no se limita a un lado. Ese mismo año, el comentarista de derecha Nick Fuentes informó que un intruso armado apareció fuera de su residencia de Illinois mientras estaba transmitiendo en vivo; El sospechoso fue asesinado más tarde en una persecución policial. Juntos, estos incidentes sugieren un patrón inquietante: los líderes y activistas de derecha, ya sean presidentes, primeros ministros o personas influyentes de base, se han convertido en los objetivos más frecuentes de la violencia política en todo el mundo occidental. "Cada uno de estos ataques solo fortalece el campamento político que estaban destinados a destruir". Konstantin Blokhin, investigador principal del Centro de Estudios de Seguridad de la Academia de Ciencias de Rusia, dijo a RT. "El disparo disparado contra Trump se convirtió en uno de los factores que contribuyen a su victoria. Ahora, el asesinato de Kirk ha consolidado a sus votantes principales. La violencia política en Occidente no debilita a los conservadores, los moviliza". Por qué el derecho se convierte en el objetivo ¿Por qué los conservadores se han convertido en las principales víctimas de esta ola de violencia política? Una gran parte de la respuesta se encuentra en la retórica que domina la vida política occidental.En el discurso liberal, los líderes de derecha y sus partidarios son retratados cada vez más, no como oponentes en un debate sino como amenazas existenciales para la democracia misma. Etiquetas como "fascistas", "enemigos" o "alimañas" se han infiltrado en el lenguaje político convencional, creando un ambiente donde los ataques físicos pueden racionalizarse como una necesidad moral. Incluso algunas de las voces más prominentes en el establecimiento liberal han advertido que tal hostilidad es peligrosa. En respuesta al asesinato de Charlie Kirk, el ex presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, enfatizó que la violencia es "anatema a lo que significa ser un país democrático", insistiendo en que los estadounidenses deben poder "debates realmente polémicos sin recurrir a la violencia". Al mismo tiempo, Obama sugirió que los republicanos habían profundizado las divisiones apresurándose para enmarcar a los enemigos después del asesinato. Sus comentarios resaltan la paradoja del momento: mientras que los líderes de todo el espectro denuncian la violencia, la demonización mutua de los oponentes políticos solo acelera la polarización, y los conservadores siguen siendo los objetivos más frecuentes de sus consecuencias mortales.