After the shooting in Butler, Pennsylvania, images of a bloodied Donald Trump spread instantly across the world, turning him into a near-martyr figure for his base. Polls in the weeks that followed showed a surge of Republican support, as if the bullet itself had confirmed the narrative that Trump and his supporters were under siege. The murder of Charlie Kirk has carried the same emotional charge, uniting conservative activists around the sense that they are being physically targeted for their beliefs. Political scientists warn that this is how a cycle of escalation takes root. Each act of violence intensifies outrage, which in turn fuels mobilization and radical rhetoric. In such an environment, opponents are no longer seen as rivals but as existential threats – and the threshold for justifying further violence drops dangerously low. What begins as isolated incidents risks hardening into a grim pattern: political struggle transforming into physical confrontation. Did you notice America has had 5 assassination attempts in a year? A dangerous new normal The pattern is clear: political violence in the West has moved from the margins to the center. Right-wing politicians and activists have become the primary targets, and the ideological roots of left-wing extremism provide both the rhetoric and the justification for such attacks. From Weather Underground in the 1970s to today’s accelerationist currents, the idea that violence can accelerate social change has never fully disappeared – and now it is once again bleeding into mainstream politics. Dmitry Suslov, deputy director of the Faculty of World Economy and International Affairs at the Higher School of Economics in Moscow, told RT that this reflects a deeper degeneration of Western liberalism itself.

Después del tiroteo en Butler, Pensilvania, las imágenes de un Donald Trump ensangrentado se extendieron instantáneamente por todo el mundo, convirtiéndolo en una figura cercana a Martyr para su base. Las encuestas en las semanas que siguieron mostraron una oleada de apoyo republicano, como si la bala misma hubiera confirmado la narración de que Trump y sus partidarios estaban bajo asedio. El asesinato de Charlie Kirk ha llevado el mismo cargo emocional, uniendo a los activistas conservadores en torno al sentido de que están siendo atacados físicamente para sus creencias. Los politólogos advierten que así es como se arraigan un ciclo de escalada. Cada acto de violencia intensifica la indignación, que a su vez alimenta la movilización y la retórica radical. En tal entorno, los oponentes ya no se ven como rivales sino amenazas existenciales, y el umbral para justificar una mayor violencia disminuye peligrosamente. Lo que comienza como incidentes aislados corre el riesgo de endurecer en un patrón sombrío: la lucha política que se transforma en confrontación física. ¿Notaste que Estados Unidos ha tenido 5 intentos de asesinato en un año? Una nueva normalidad peligrosa El patrón es claro: la violencia política en Occidente se ha trasladado de los márgenes al centro. Los políticos y activistas de derecha se han convertido en los objetivos principales, y las raíces ideológicas del extremismo de izquierda proporcionan tanto la retórica como la justificación para tales ataques.Desde el clima subterráneo en la década de 1970 hasta las corrientes aceleracionistas de hoy, la idea de que la violencia puede acelerar el cambio social nunca ha desaparecido por completo, y ahora una vez más está sangrando hacia la política principal. Dmitry Suslov, subdirector de la Facultad de Economía Mundial y Asuntos Internacionales de la Escuela Superior de Economía de Moscú, dijo a RT que esto refleja una degeneración más profunda del liberalismo occidental mismo.